Vivimos en un mundo que está
obsesionado con el libre albedrío. En total desprecio por la evidencia que
apoya la idea de que el libre albedrío no existe, incluso muchos filósofos
deciden aferrarse a la esperanza de que somos los dueños de nuestro propio destino,
capaces de elegir entre una gran cantidad de opciones, que parece crecer y
crecer más cada momento. Teniendo esto en la mente, es irónico que los
sociólogos, politólogos y críticos culturales intenten desarrollar teorías que
explican las limitaciones impuestas a la gente.
La mayoría de nosotros somos más
que conscientes que somos limitados por una variedad de factores. Mientras la
publicidad capitalista puede llegar a convencernos que la posibilidad de elegir
entre 200 marcas de crema para la piel y cincuenta modelos diferentes de
zapatos es la libertad, cualquiera que quisiera estudiar algo que sus
compañeros no consideraba "normal", implementar una política social
que los políticos convencionales rechazaron, o una vez suprimió el deseo de
caminar por la calle desnudo durante un día soleado, tiene una comprensión de
las limitaciones impuestas a su libre albedrío dentro de nuestra sociedad.
Para entender las razones por las
que un individuo se enfrenta a una lista de limitaciones, es importante que tengamos
en cuenta la relación entre la agencia y la estructura social. Anthony Giddens
y Pierre Bourdieu desarrollaron teorías para ayudar nuestra comprensión de esta
relación. El habitus de Bourdieu y la teoría de la estructura de Giddens,
subrayan el hecho de que la agencia y la estructura no pueden ser concebidos
por separado, ya que éstos se refuerzan mutuamente. Giddens afirma que
"las estructuras sociales están constituidas por la acción humana, y sin
embargo, son el medio de esta constitución". En otras palabras, los seres
humanos están constantemente limitados por las estructuras sociales, pero al
mismo tiempo son los agentes que crean y reproducen éstas.
Todos estamos atrapados en una
prisión de nuestra propia creación.
Este es la sociedad en que vivimos.
Estamos construyendo un mundo en el cual tenemos que seguir ciertas normas
sociales y mantener las divisiones de clase. Tenemos miles de señales no
verbales que puedan ser entendidos por todos. Estas señales y sus prácticas
correspondientes se interiorizan y se reproducen de modo que la próxima
generación también nace dentro de determinadas estructuras sociales que parecen
ser naturales, y de que ni siquiera son concientes. Ellos también harán uso de
su libre albedrío-su agencia,
en la reproducción de estas
estructuras. Como Bourdieu y Giddens afirmaron, las estructuras sociales no
tienen ninguna realidad sin la acción y las prácticas específicas de los seres
humanos. Prácticas cotidianas-de trabajo y ocio, el diseño y el uso del
espacio, suponen ciertas categorías sociales, como el género, la edad, y la
jerarquía social. Entonces todos nos quejamos de no poder abolir las
restricciones dadas por nuestro género, edad o clase social, pero no nos
consideramos capaces de liberarnos de nuestro habitus. Y así nos mantenemos
dentro de esas estructuras estructurantes, en las cuales nos resulta muy cómodo
vivir.
Cristina Maza (@CrisLeeMaza)
¿Declive
del capital social? Hablemos de transformación
La tesis más conocida de Robert Putnam aparece en
su libro del año 2000 Solo en la bolera: colapso y resurgimiento de la
comunidad norteamericana, que es el desarrollo de un artículo de 1995, Solo
en la bolera: declive del capital social de América. En esencia, parte de
la idea que, desde los años sesenta, se ha venido produciendo un descenso del capital
social norteamericano. Haciendo uso de una cantidad ingente de material
estadístico, ha mostrado como todas las organizaciones tradicionales
(centrándose en las ligas de bolos) han perdido miembros, aunque hay cada vez
más gente que juega-participa (pero sola). Putnam distingue a su vez entre dos
tipos de capital social: El capital vínculo, producto de la
socialización entre semejantes; y el capital puente, que se da al
interactuar con personas de distinta procedencia, credo o extracción social y
con la que, a priori, no se tiene nada en común. Este último sería el más
importante para una sociedad multiétnica, pero, en todo caso, ambos están
íntimamente relacionados y se retroalimentan mutuamente.
Por supuesto, una tesis así no podía dejar a nadie
indiferente y surgieron voces criticando que se centrase básicamente en formas
organizadas clásicas de interacción social, obviando las redes interpersonales
que un individuo pueda formar, así como dejando de lado nuevos tipos de
asociación y movimientos emergentes en internet.
Si bien estoy de acuerdo en la importancia del
capital social para producir un cierto compromiso cívico y como indicador de la
salud de una comunidad, no comparto la tesis de su declive, sino que debería hablarse
de transformación y surgimiento de nuevos modos de creación. Las personas
siguen queriendo participar, pero no necesariamente en el seno de una
organización. Las generaciones más jóvenes no son necesariamente más
apáticas y menos participativas que sus predecesoras, sino que actúan y se
expresan por nuevos cauces y huyen de las jerarquías, buscando la
horizontalidad total, es decir, un mayor igualitarismo en la sociedad. Las (ya
no tan) nuevas tecnologías han evolucionado de tal modo que dan opciones de
participación en la vida pública antes impensables. Por otro lado, en tiempos
de crisis como el actual, hay una irrupción de todo tipo de plataformas,
asociaciones y ciudadanos individuales que quieren ser oidos y aportar algo a
la comunidad. El trabajo de Putnam es previo a la explosión del mundo de las
redes sociales, que ha dado lugar a nuevos modos de creación de vínculos
interpersonales, y al surgimiento de lo que podríamos llamar capital social
virtual. Éste supone la posibilidad de crear lazos entre personas muy
diferentes que no se conocen físicamente y que difícilmente llegarán a
conocerse en persona, pero comparten los mismos intereses e inquietudes. No
creo que deba considerarse como un sustituto del capital social clásico, sino
como un refuerzo en aquellas áreas que éste no pudiera llenar.
José Luis López Valenciano (@kasugakun)
Pentíada,
«ley de hierro» y transparencia como higiene
Se han dedicado innumerables esfuerzos a
tratar de averiguar si la díada izquierda-derecha sigue vigente, tal y como se
planteó en el siglo XVIII-XIX, o si su contenido es radicalmente diferente. En
la escala imaginaria que va de uno al otro extremo, también se ha estudiado el
hipotético punto intermedio, el «centro ideológico», que algunos autores
consideran vacío, otros un «tercero incluido» o un «tercero incluyente» (Bobbio).
El sociólogo Anthony Giddens formuló un sistema de Tercera Vía para el New Labour británico, tratando de ocupar ese «centro», que Bobbio considera que «se plantea no como
una forma de compromiso entre dos extremos, sino como una superación
contemporánea del uno y del otro y, por lo tanto, como una simultánea
aceptación y supresión de éstos». Así, el italiano considera que la díada
persiste, y que se trata más bien de una pentíada (derecha, centro-derecha,
centro-centro, centro-izquierda e izquierda).
Sin embargo, ¿qué es ser hoy «de derechas»?
¿Es la izquierda de hoy similar a la de hace setenta años? ¿La derecha
austríaca es idéntica a la española? ¿Y la izquierda francesa?
Las ideologías son mucho más dinámicas que
los partidos, especialmente en aquellosmpartidos tradicionales que han
transitado hasta el «catch all», como el Partido Socialista en España. Tomando
como buena la hipótesis de la pervivencia de la «Ley de hierro de la
oligarquía» de Michels, es el
funcionamiento interno de los partidos el que condiciona la partitocracia, y
ésta incide sobre el resto de la Poliarquía.
De este modo, a medida que cambia la dinámica social, se
agranda la distancia entre la sociedad –que suele ser dinámica per se- y la política de partidos, y como consecuencia de
ésta, se produce el alejamiento real entre la sociedad y la política stricto sensu.
Los movimientos sociales como el 15-M en
España, dan buenas muestras de que la sociedad se acerca a la política y
demanda un cambio de sistema. El sistema es (y debe seguir siendo) el representativo,
pero todo es susceptible de mejora. ¿Es la solución el introducir mecanismos de
participación en la toma de decisiones? Tal vez el primer paso sea abrir esas
decisiones y dotarlas de transparencia, para que la sociedad pueda pedir una
rendición de cuentas. Una vez abierto todo el proceso, el paso inevitable (y
necesario) será hacer partícipe a todo ciudadano de las tomas de decisiones de
los actores políticos, independientemente de la ideología que profesen. Como
muestran los inmorales casos de corrupción que siguen descubriéndose en la
política española, la transparencia interna en los partidos es un mecanismo de
higiene vital para el sostenimiento de la democracia de partidos.
Mientras que la dinámica social no cesa,
los partidos mayoritarios tradicionales se anquilosan y surgen partidos
orientados a políticas concretas. La sociedad civil ha dado todos los pasos
posibles, y el siguiente movimiento corresponde a estos partidos, sometidos a
la citada «ley de hierro».
La democracia levanta diques necesarios
que, de no adecuarse a las corrientes, terminan por romperse.
Eli Gallardo (@Despegante)
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